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Ladormeta

Hace cerca de diez años, mientras se encontraba investigando las consecuencias de la epidemia de peste negra de 1348 —el mismo año de la muerte del Conde don Juan Manuel de Villena— una historiadora eslovaca de nombre Sofia Szabó, profesora adjunta de la Slovenská Technická Univerzita de Bratislava, encontró en los archivos de la Biblioteca Nacional de Coimbra un manuscrito de dos páginas de largo que, luego de análisis grafológicos y de carbono adecuados, resultaron ser fehacientemente los restos de uno de los tres cuadernos perdidos del explorador italiano Marco Polo.

En esas breves dos páginas de bordes chamuscados, sobrevivientes de lo que parece haber sido el incendio de su casa en Milán, Marco Polo describe la pequeña villa de Ladormeta en Catay a la que, después de una esplendorosa cena de perdices asadas y nueces, seguida por una sesión del más fino opio, lo habría llevado una noche de visita uno de los consejeros del Gran Khan.

Esta villa, escribe Marco Polo, se encontraba en un estrecho valle de no más de una milla de ancho rodeado por montañas de picos perennemente nevados. Aunque el explorador no pudo ya ver directamente a ninguno de sus habitantes, escribe que le llamó poderosamente la atención la gran altura de las puertas de madera de las casas de ladrillo rojo y adornados con finas incrustaciones de oro y de esmeralda las que, a pesar de ser relativamente estrechas, inalterablemente superaban abiertamente los tres metros de alto.

Otros detalles, como la posición a más de dos metros desde el suelo de los pomos de terracota rojiza, ostensiblemente ya gastados por el uso primero, y por los siglos de erosión provocada por la arena arrastrada por el viento que incesantemente azotaba al valle, después, le hizo concluir al insigne italiano que Ladormeta había sido habitada en sus tiempos de explendor por una nación de gigantes.




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