Rumias

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Juan de la Cruz

La otra noche mientras hojeaba Oblique Prayers (1984) de Denise Levertov (1923 – 1997), llegué por mera casualidad (abrí la página al azar) hasta el poema que le da el título al poemario y que está ubicado casi al final del libro.

Oblique Prayer

Not the profound dark

night of the soul


and not the austere desert

to scorch the heart of the noon,

grip the mind

in teeth of ice in the evening


but gray,

a place

without clear outlines,


the air

heavy and thick


the soft ground clogging

my feet if I walk,

sucking them downwards

if I stand.


Have you been here?

Is it


a part of human–ness


to enter

no man's land?


I can remember

(is it asking you

that

makes me remember?)

even here

the blesséd light that caressed the world

before I stumbled into

this place of mere

not–darkness.

Me sorprendió ver allí, tan por mera casualidad, las palabras del título de uno de los poemas más conocidos de Juan de la Cruz (1542 – 1591), puestas con letras cursivas por Levertov en su poema, porque llevo varios meses rumiando sobre “La noche oscura del alma” y sobre su poema compañero, el “Cántico espiritual”.

Juan de la Cruz, canonizado en 1726 por Benedicto XIII, es considerado el más importante poeta místico español del siglo XVI y, por tal caso, el más importante poeta místico de todos los siglos.

Más al grano, Juan de la Cruz es uno de los más importantes, habilidosos y distinguidos poetas españoles, punto.

Su obra en verso es relativamente escasa.

Además de “La noche oscura del alma” y de “Cántico espiritual” está el muy breve “Llama de amor viva”, seguidos por varios otros poemas octosílabos breves que en número de páginas llegan a menos de un par de decenas; pero su maestría y dominio en los tres primeros en el uso de la lira, la estrofa de cinco versos compuesta por heptasíbos y endecasílabos inventada por el italiano Bernardo Tasso (1493 – 1569) e introducida en la poesía española por Garcilaso (1501 – 1536) no tiene igual.

No se trata sólo de la métrica, claro; también es su temática que no es otra cosa que el Amor y la unión con el Amado o Amada.

Y no importa, si ese Amado es Dios, el Infinito, el Todo, el Instante, un hombre o una mujer cualquiera.

El magnífico efecto del poema en el lector o en la lectora, ya sea en el siglo XVI o en el XXI nuestro, es el mismo.

Un goce supremo.

Puedo imaginarme la sorpresa frente al mundo de este Juan de la Cruz, cuyo nombre secular era Juan de Yepes Álvarez, hijo de un padre descendiente de judíos conversos y de oficio tejedor de velos de encaje para señoras ricas. Puedo imaginarme su pesadumbre al encontrar un mísero trabajo en un hospital de pobres enfermos de sífilis y puedo imaginarme su alegría al ser el beneficiario luego de una beca que le permitió, primero entrar a los diecisiete años al colegio de los jesuítas donde estudió a Virgilio, a Horacio a Séneca a Cicerón... antes de ser admitido a los 22 años a la Universidad de Salamanca en la que como estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras, junto con compartir allí aulas con Fray Luis de León (1527 – 1591), debió de familiarizarse con la nueva poesía italiana del Renacimiento.

Eran tiempos extremadamente fructíferos y eran tiempos extremadamente azarosos.

Juan de la Cruz se vio muy prontamente involucrado en una de esas intensas luchas intestinas que periodicamente afectaban —y todavía afectan— a su Iglesia Católica. En ese eterno debate entre una Iglesia rica y una Iglesia pobre, Juan de la Cruz, profundamente devoto, optó junto a su mentora y aliada Teresa de Jesús (1515 – 1582), por una Iglesia pobre en lo que fue el gran conflicto entre los y las Carmelitas descalzas y descalzos, por una parte; y las y los Carmelitas calzadas y calzados, por la otra; conflicto largo, enrevesado, cruel e intenso en el Juan de la Cruz fue hecho prisionero por los calzados, torturado, privado de alimentos, de ropas adecuadas, de agua para lavarse y humillado.

Su escape meses más tarde de la prisión —un convento de los carmelitas calzados en Toledo adonde había sido llevado con los ojos vendados de manera que no supiera dónde se encontraba— tiene mucho de novelesco y esa historia puede encontrarse en varias fuentes diversas que pueden consultarse a nuestro antojo.

Me quedo con la versión poética ofrecida por Jaime Quezada (1942) en su poemario Huerfanías.

Yo Juan llamado de la Cruz

En los campos de la prisión de Toledo

Yo Juan llamado de la Cruz

Me pasé los días dando de comer hierbas a los asnos

(Si los asnos rechazaban las hierbas

era señal de hierbas venenosas)

No me daban siquiera un plato de lentejas

Tan flaco estaba que caminaba por el aire

Tocaba a Dios con los pies y con las manos

Comía sólo las hierbas que los asnos comían

Y no era ningún asno

Aunque me encerraban como un asno en una celda

A latigazo limpio echando afuera a mis demonios:

Nada y nada hasta dar un pellejo y otro por mi Amado

Rebelde desobediente contumaz me gritaban

mis guardianes únicos demonios


No pudieron aplicarme la ley de la fuga

(Que muchas ganas al parecer tenían)

Yo mismo me fugué por mis propios medios de la cárcel

Sin traje de soldado sin traje de travestista

Con mi pobre sayal de arpillera de Almodóvar del Campo

Y como caminaba por el aire no dejé huella alguna

A no ser mi amor de Dios flotando en ese aire.

Huerfanías (1985)

Vuelvo al poema de Levertov.

Oblique Prayers es de 1984, es decir, de unos pocos años antes de la conversión oficial al catolicismo de Levertov en 1989; pero coincide no sólo con la fecha en la que ya se había acercado al cristianismo, sino que también continúa su interés y apreciación por un misticismo, derivado tanto del de su mentor e influencia, el poeta Charles Olson (1910 — 1970) del grupo Black Mountain Poetry, sino también (me repito a mí mismo) del pasado judaísmo jasídico de su padre, Paul Levertoff, antes de su propia conversión al cristianismo.

Dicho de otra manera; el interés místico o, mejor, la vena mística, a Levertov le viene de lejos.

Sin conocer, sino muy superficialmente la poesía de Levertov, me quedo sólo con este poema y de él sólo un par de líneas (de versos):

Have you been here?

Is it


a part of human–ness


to enter

no man's land?


I can remember

(is it asking you

that

makes me remember?)

even here

the blesséd light that caressed the world

before I stumbled into

this place of mere

not–darkness.

¿Qué es esa tierra de nadie?

¿Dónde está ese allí acariciador y luminoso tan diferente de este aquí que es el de la mera no–oscuridad?

Sea donde sea, perdura aun aquí en el recuerdo desencadenado por la pregunta y, durado lo que haya durado, se me ocurre que debe de haber sido una experiencia a la vez profundamente sublime —de ahí que se la recuerde— y a la vez efímera, una fracción de tiempo, y de ahí que la hablante esté ahora en este aquí degradado a la mera no–oscuridad.

Se me ocurre que el poema, se me ocurre que esta oración oblicua, es el relato de haber experimentado alguna vez la presencia de esa bendita luz acariciadora, protectora, cobijadora; de ese infinito, de ese todo luminoso que muy probablemente Levertov llamaba Dios.

El poema me llega.

Detesto la palabra ateo, porque me obliga a definirme en relación a algo no–existente; soy ateo de la misma manera que soy aunicornio (los unicornios no existen).

Pero ocurre que soy ateo.

Pero estoy seguro de haber experimentado, más de una vez, de una manera muy efímera, pero profundamente real y perdurable en mi memoria, un momento de unión, de absoluta unidad —de oneness— con mi amada...

Una mirada en la cocina.

Un cogernos de las manos por unos segundos más largos que los necesarios para pasar sobre un tronco de árbol caído en medio del bosque.

Sí, claro, también en un orgasmo.

Pero también, por qué no, en el abrazo con una amiga o con un amigo, con un hermano; con una hermana.

El inmenso aparato crítico acerca de la poesía de Juan de la Cruz coincide en señalar tres influjos fundamentales en su quehacer poético: “El Cantar de los Cantares”, por una parte; la poesía castellana culta e italianizante de su siglo —hay que pensar en Garcilaso y sus églogas— y la poesía popular de los cancioneros, por la otra.

Como en el caso del “Cantar de los Cantares” una lectura, con seguridad mayoritaria, ha insistido en una lectura metafórica de “La noche oscura del alma”, del “Cántico espiritual” y de “Llama de amor viva”. El Amado, el Esposo, según estas lecturas es Dios; el dios católico / cristiano para ser precisos.¹

Aquí va el poema de Juan de la Cruz.

La noche oscura del alma

En una noche oscura

con ansias en amores inflamada,

¡oh, dichosa ventura!,

salí sin ser notada

estando ya mi casa sosegada.


A oscuras y segura,

por la secreta escala disfrazada,

¡oh, dichosa ventura!,

a oscuras y encelada,

estando ya mi casa sosegada.


En la noche dichosa,

en secreto, que nadie me veía

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía

sino la que en el corazón ardía.


Aquesta me guiaba

más cierto que la luz de mediodía,

adonde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.


¡Oh, noche que guiaste!

¡Oh, noche amable más que la alborada!

¡Oh, noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!


En mi pecho florido,

que entero para él solo se guardaba,

allí quedó dormido,

y yo le regalaba,

y el ventalle de cedros aire daba.


El aire del almena

cuando yo sus cabellos esparcía,

con su mano serena

en mi cuello hería

y todos mis sentidos suspendía.


Quedeme y olvideme.

El rostro recliné sobre el Amado.

Cesó todo y dejeme

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

Sin embargo, una lectura terrenal y profana también es absolutamente posible y válida, sino por otra cosa, por el goce de una lectura atenta a la construcción de esas magníficas liras, de esos versos heptasílabos y endecasílabos que van rimando el primero (7) con el tercero (7) y el segundo (11), con el cuarto (7) y con el quinto (11).

Cesó todo...

Cesó todo... Ese verso, casi al final de la última lira, es la clave de todo el poema: el tiempo suspendido en el éxtasis amoroso.

Cesó todo y dejeme

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

Pongo atención a esas cadencias y gradaciones, a esos símiles y contrastes; puedo leer con goce y muy lentamente disfrutar mi lectura sobre esa calma, sobre ese olvido (entrega), sobre ese pecho cobijador y seguro, sobre esa suspensión del tiempo y, transformado brevemente en un infinito, sobre ese sosiego que se me antoja así acariciador, eterno y luminoso.


¹Históricamente, la lectura religiosa de la poesía de Juan de la Cruz ha sido predominantemente desde una perspectiva católica cristiana. Sin embargo, una muy reciente perspectiva diferente del Cántico espiritual es la ofrecida por la edición y estudio preliminar de Lola Josa (Lumen, 2021) desde la mística medieval hebrea.
Además, un cuarto influjo en la poesía de Juan de la Cruz provendría (no he estudiado aun este posible influjo) de la mística islámica especialmente desde su variación sufi.

Saint Paul, 26 de mayo de 2024


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