Equis se fastidió.
Sólo en algunos países le contestó y posiblemente no lo seré durante toda la vida.
Ernesto
Después de casi doce horas de viaje desde Santiago, Ernesto llega en un tren a Temuco el viernes 1º de septiembre de 1939.
Seis historias de la primera generación.
Ernesto Codulá Bosch trató de identificar algún rostro conocido entre el enjambre de hombres arropados con sombreros alones y ponchos de lana que recibía a los viajeros que bajaban bostezando y estirando sus piernas entumecidas en la estación de Temuco.
Vio a dos hombres con traje y corbata que le parecieron vagamente conocidos, pero no; su tío Antoní no se veía por ninguna parte. Consumió todo un Premier antes de cruzar las rejas de hierro y salir hasta Barros Arana cuando ya despuntaba el sol a su espalda asomándose sobre el Conún Huenu abriendo un claro entre las nubes.
Siguió con mirada curiosa a la carreta de bueyes cargada de leña y de cochayuyos, curioso más por los cochayuyos que por los bueyes que pasaban parsimoniosamente salpicando los adoquines con mierda y el aire con el vaho gris que les salía rítmicamente de sus morros belludos desde que les colgaba una copiosa baba amarillenta.
Caminó rápido hasta el último taxi que quedaba estacionado cerca del bordillo de la calle mojada y brillante con el sol.
Buenos días. Lléveme a Matta 530 le ordenó al chofer después de subir con su pequeña maleta de cartón atada con hilo de sisal morado.
El taxista se le quedó mirando y se echó a reír.
Agradezca, coño, que soy honrado, que si no, le doy un paseo.
¿Un paseo? le preguntó Ernesto, ahogando un sobresalto.
Es aquí, a cuadra y media.
Última modificación: 28 de julio de 2023.