Grosellas

  Hebras narrativas

Determined Flow
Música para la hebra de Elvira.



En todas las esquinas se deslizan por los cuerpos
los gritos de los despojados de su propio
abandono.
Carmen Soto Feliú
“Buenos Aires 1990”

La desesperación que me llevó a contarle TODO a Meg, cuando llegó esa maldita foto de Magdalena fea, entre los cientos de rostros borrosos, las denuncias de torturas, asesinatos, enterramientos colectivos...
José Leandro Urbina
Cobro revertido

Elvira Codulá

Elvira Codulá Martínez era la hija única del catalán Ernesto Codulá Bosch y de la burgalesa Engracia Martínez Osorio de la hebra de Ernesto.

Los Codulá Martínez vivían en una casa con paredes de estuco pintadas de blanco ubicada al costado oriental de la Avenida Caupolicán entre Bilbao y Balmaceda en esa época en el que el tráfico por la que en realidad era un tramo más de la principal carretera longitudinal que corría desde Santiago hasta Puerto Montt era tan escaso que los niños y niñas del barrio montaban despreocupadamente sus bicicletas o rodaban sus patines de ruedas de acero sin que sus madres ni siquiera se preocuparan de levantar la vista cuando oían a un esporádico y solitario camión transporte compitiendo en la no muy ancha calle con el coche tirado por el caballo palomino en el que don Ismael González García repartía la leche anunciándose con un silbato que a Elvira le parecía idéntico al que usaba Sor Leocadia para llamar a las filas al término del recreo en el patio del mismo colegio de las monjas suizas al que asistían Monche y Viviana; desafortunada asociación, la del silbato, que la hacía encoger los hombros y detestar la leche.



No fue sino hasta muchos años más tarde que llegué a ser amiga de Elvira a quien conocí por primera vez en persona en junio de 1986 con ocasión del funeral de Mercedes Rodríguez, la madre de mi amiga Monche. Incidentalmente fue entonces que me regaló el manuscrito del cuento sobre Amparo que había escrito diecisiete años antes, la noche del 18 de octubre de 1969, cuando todavía era pareja de Aníbal.

Desde entonces hemos intercambiado una muy frecuente larga cadena de correos electrónicos con la que, mediante confidencias sinceras y profundas, hemos llegado a conocernos mutuamente y ser buenas amigas.

Cuando luego de vender mi cabaña de Caburga, decidí armar este tinglado con nuestras historias, muy generosamente Elvira me contó detalles de su amistad (y emparejaramiento) primero con Aníbal Mestre, y con Ramiro Herrera Berkoff, después. También me envió ese conmovedor cuento en que narra la amistad de Ramiro y Muriel que escribió cuando ya se había marchado de Umeå (dejando allí a Ramiro) y se había instalado en Irvine para proseguir sus estudios de doctorado con Ester Soriano. Otros detalles me los contó Aníbal la noche que se ocultó en mi cabaña de Caburga. El resto es lo que me imagino, es decir, es pura ficción.

Viviana Altman



Cerca de medio siglo más tarde, Elvira recordaría en Umeå la tarde de mayo de 1964 —había recién cumplido quince años entonces— en la que mientras gracias a la complicidad de Aquiles Espinosa asistía en el cine Austral a la proyección de la allí novísima y controvertida “Jules y Jim” de François Traffaut, tuvo en forma instantánea en su mente lo que un par de días más tarde se convirtió en el germen de su largo poema (324 versos) “Tres bicicletas” integrado luego en Fugacidad infinita (2003), primero de sus, hasta la fecha, tres poemarios que son la contrapartida poética de sus perspicaces e íntimas exploraciones teóricas expresadas en Alrededor del fogón y bajo las sábanas (1983) —una ampliación de su tesis doctoral— y desarrolladas más tarde en Resiliencia y omnipresencia del viaje de perfección y aprendizaje (1987).


Aunque Elvira Codulá publicó su primer libro de poemas en 2003, cuando ya se acercaba a los 55 años de edad, había comenzado a escribirlo cerca de 35 años antes, en el otoño austral de 1969. De hecho, una copia de una primerísima versión de uno de sus fragmentos

Escribo una carta a la noche

como un músico sentado al piano,

derramando fragmentos.

me la facilitó Ramiro Herrera Berkoff quien la recibió de ella en esos lejanos días en que se conocieron en la librería Círculo de Temuco.

Alrededor del fogón y bajo las sábanas trata de la oposición, contraste y complementación entre esas historias que se narran públicamente a una relativamente amplia audiencia primordialmente con el fin de exaltar y celebrar una victoria o, por el contrario, lamentar una derrota o denunciar un abuso, por una parte; y las historias que se susurran en la intimidad —bajo las sábanas— con el fin de exorcizar el temor y el espanto, la culpa y la vergüenza de las pesadillas, por la otra.

En los últimos años Elvira Codulá ha abandonado el controlado discurso académico en favor de la deriva del lenguaje poético; la plurivalencia de la metáfora por sobre la precisión y claridad denotativa, apostando que contrario a lo que en algún lugar una vez sugirió Adorno, es justamente el lenguaje poético con sus imágenes, metáforas y paralelismos, aunque sea en prosa (véase si no Lumpérica de Diamela Eltit o algunas de las páginas más alucinadas de La desesperanza de José Donoso), el que mejor puede dar cuenta del horror y del espanto. El resultado fue el relativamente breve poemario Nocturnos (2006).

Tres años más tarde Codulá, fuertemente influenciada por las ideas de Adda Elyse Alter en Returning to Babylon, vuelve a a lo personal e intimista con Regresos (2009), de nuevo un largo poema en el que explora la imposibilidad e incerteza tanto del olvido como del retorno en lo que de otra manera es una sugestiva paráfrasis o glosa de “La ciudad” de Constantino Cavafis.

Evaristo Feliú

Ese lluvioso día de mayo Elvira aprendió tres cosas que marcaron definitivamente su camino. Aprendió que amaba la lentitud, que querría ser siempre libre de dogmas y de opiniones definitivas o absolutas y que querría dedicarse por sobre todo a sumergirse en las palabras y en las frases, párrafo a párrafo, capítulo a capítulo, libro a libro.

Fue así que luego de aprobar sobradamente su examen de bachillerato dos años más tarde y tras muchos ruegos y muchas promesas que nunca pensó cumplir, convenció a Engracia que le permitiera matricularse en la Escuela de Letras de la Universidad Católica en Santiago donde tuvo sus primeras clases sobre la Poética de Aristóteles y sobre El libro de buen amor del Arcipreste de Hita un lunes 14 de marzo de 1966 en el que ya tímidamente se anunciaban, con agitadas conversaciones en los pasillos y una inaudita profusión de carteles multicolores en las paredes, los turbulentos cambios que se aproximaban a los añosos claustros universitarios de antes de la Reforma.

Poco más de un año después, el miércoles 10 de mayo de 1967, en una asamblea de estudiantes en el auditorio de la Escuela de Letras, se reencontró con Aníbal Mestre, a quien había conocido mientras jugaban de niños en el viejo caserón de Emilio Balsera en Avenida Balmaceda.

VA



Rizo: Educación sentimental (abril - julio, 1965).
La torrecilla de Avenida Francia.

El cuchitril de Avenida Bustamante.

Última modificación: 15 de septiembre de 2024.



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