Mientras Martín Rivas es la confiada afirmación de su título y de la conquista del espacio legitimado por la ley de una sociedad que se regocija en su pretendida unicidad, Hijo de ladrón busca afanosamente socavar tanto su título como la ley social que lo genera. Articulada como una polémica novela formativa, la novela de Rojas se desarrolla en función de una búsqueda que encuentra un éxito inestable y precario a través de un derrotero que es la imagen especular del alcanzado por Rivas.
Reconocimiento y búsqueda son así los dos procesos antagónicos pero correlatos necesarios de las dos formas por la que Rivas y Aniceto se inscriben en el mundo de la novela: o bien de acuerdo con los valores naturalizados que conforman el imaginario de la tertulia o por el contrario en su crítica, desmitificación y rechazo. El paso de un sistema novelesco al otro se resuelve narratológicamente mediante la permutación desde el protagonista de una novela de pruebas que solitariamente debe superarlas con el fin de ocupar un único lugar de privilegio en el mundo, al protagonista de una anómala novela de formación que lentamente alcanza una transgresiva heroicidad mediante la apertura solidaria hacia el otro, superando, mediante el mismo proceso, su incapacidad y confusión.
¿Cómo y por qué llegué hasta allí? Por los mismos motivos que he llegado a tantas partes. Es una historia larga y, lo que es peor, confusa. La culpa es mía: nunca he podido pensar como pudiera hacerlo un metro, línea tras línea, centímetro tras centímetro, hasta llegar a ciento o a mil; y mi memoria no es mucho mejor: salta de un hecho al otro y toma a veces los que aparecen primero, volviendo sobre sus pasos sólo cuando los otros, más perezosos o más densos, empiezan a surgir a su vez desde el fondo de la vida pasada.
Y conté, primero atropelladamente, con más calma después, toda mi aventura.
El comienzo de Hijo de ladrón en forma de pregunta y de duda no es más que uno de los múltiples mecanismos por los que la novela de Manuel Rojas impulsa la transformación de las formas narrativas de la llamada novela moderna. Fiel a su vocación realista, el ordenado discurso blestganiano aspiraba a pasar desapercibido y postular así, transitivamente, la ejemplaridad de Rivas ya anunciada en la dedicatoria... En cambio, la novela de Manuel Rojas se propone como una escritura que, mediante sus avances y sus retrocesos, sus vacilaciones y sus forcejeos, ostenta e impone su materialidad proyectándose como un trabajo cuyo producto es el texto mismo. Más aun, los distintos procedimientos retóricos que sintomatizan las pretendidas limitaciones del narrador básico como lo llama Goic (1976) tanto subrayan la materialidad de su discurso como hacen que la recuperación del pasado quede traspasada con la incertidumbre de una conversación que constantemente elude sancionar un saber que de antemano la verifique como verdadera y correcta. En la novela de Blest Gana se trata de la afirmación de un saber que en concordancia con el proyecto románticoiustrado de su autor intenta inequívocamente el encomio de las virtudes y la fustigación de los vicios (Blest Gana 1956) ya definitivamente determinados. En la de Manuel Rojas, en cambio, se trata de una búsqueda inconclusa que a tientas intenta desplazar el espacio del bien al situar en el centro del relato aquello que en la novela de Blest Gana queda suprimido y relegado a los márgenes anónimos del medio pelo. Hijo de ladrón es un conjunto de historias de ladrones, de vagos y de vagabundos según la describe Luis Alberto Sánchez (1968, 414); es decir, dicho de otra manera, del sector más exterior del impreciso, ambiguo y, por lo tanto, indescriptible mundo de la criada de las Molina y del anónimo sin nombre obrero con el que se casa la desafortunada Adelaida.
Texto en preparación...
Me he enterado por casualidad que tal artículo ha sido reproducido sin habérseme notificado en otras publicaciones acerca de Manuel Rojas.