Rumias

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Otra vuelta a
Federico García Lorca

Continúo en esta rumia una idea que comencé hace un tiempo en otro lugar: Lorca es más Lorca cuanto menos parezca un poeta surrealista a la manera de los poemas recogidos en Poeta en Nueva York... y más se parezca —añado ahora— a las coplas populares de Concha Piquer (1906 – 1990).

La verdad es que no sabemos, no podemos estar seguros, cómo habría en verdad llevado Lorca a la imprenta su libro... si no hubiese sido asesinado en Granada ese agosto de 1936. Tenemos las 96 hojas mecanografiadas y las 26 hojas manuscritas que le entregó a su amigo José Bergamín en la misma estación de ferrocarriles madrileña poco antes de embarcarse al tren que lo llevaría hasta Granada donde equivocadamente creyó que estaría más seguro.

Con variaciones, esas hojas han sido la base de las diferentes publicaciones póstumas que se han hecho de Poeta en Nueva York.

Pero es claro que en Poeta en Nueva York hay por lo menos dos... quizás tres, libros diferentes.

Dos, quizás tres, lenguajes diferentes.

Dos, quizás tres, sensibilidades diferentes.

Hay un abismo —siento que imposible de franquear— entre las tres primeras secciones del libro “Poemas de la Soledad”, “Los Negros”, “Calles y Sueños”, por una parte; y “Poemas del Lago Eden Mills”, “En la Cabaña del Farmer” e “Introducción a la Muerte”, por la otra...

...para no decir nada de “Huida de Nueva York”, la sección que cierra el volumen poco después de la “Oda a Walt Whitman” y donde se encuentra ese bello poema —vals— musicalizado por Leonard Cohen.

Las primeras tres secciones son el poeta tornado terapéuticamente en surrealista; las siguientes, el intimista, poeta lorquiano de siempre...

...con un dejo cosmopolita;

...con un dejo menos exclusivamente granadino o español.

Uno es el poeta admirado, como se puede llegar a admirar al Buñuel (o incluso al Dalí) de El perro andaluz) como un impactante ejercicio intelectual y experiencia estética singular.

El otro, el que me gusta, es el poeta querido y sentido que se puede leer —que leo— una y otra vez.

Dos poemas de la sección “Los Negros”:

Odian la sombra del pájaro

sobre el pleamar de la blanca mejilla

y el conflicto de luz y viento

en el salón de la nieve fría.


Odian la flecha sin cuerpo,

el pañuelo exacto de la despedida,

la aguja que mantiene presión y rosa

en el gramíneo rubor de la sonrisa.


Aman el azul desierto.

las vacilantes expresiones bovinas,

la mentirosa luna de los polos

la danza curva del agua en la orilla.


“Norma y Paraíso de los Negros”
Poeta en Nueva York, Sección “Los Negros” (fragmento)



Con una cuchara,

arrancaba los ojos a los cocodrilos

y golpeaba el trasero de los monos.

Con una cuchara.


Fuego de siempre dormía en los pedernales

y los escarabajos borrachos de anís

olvidaban el musgo de las aldeas.


Aquel viejo cubierto de setas

iba al sitio donde lloraban los negros

mientras crujía la cuchara del rey

y llegaban los tanques de agua podrida.


“Oda al Rey de Harlem”
Poeta en Nueva York, Sección “Los Negros” (fragmento)

Decenas de páginas más tarde, el vals vienés:

En Viena hay diez muchachas,

un hombro donde solloza la muerte

y un bosque de palomas disecadas.

Hay un fragmento de la mañana

en el museo de la escarcha.

Hay un salón con mil ventanas

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals con la boca cerrada.


[Te quiero, te quiero, te quiero,

con la butaca y el libro muerto,

por el melancólico pasillo

en el oscuro desván del lirio,

en nuestra cama de la luna

y en la danza que sueña la tortuga

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals de quebrada cintura.]


En Viena hay cuatro espejos,

donde juegan tu boca y los ecos.

Hay una muerte para piano

que pinta de azul a los muchachos.

Hay mendigos por los tejados.

Hay frescas guirnaldas de llanto

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals que se muere en mis brazos.


Este vals, este vals, este vals,

de sí, de muerte y de coñac (coral)

que moja su cola en el mar.


Porque te quiero, te quiero amor mío

en el desván donde juegan los niños,

soñando viejas luces de Hungría

por los rumores de la tarde tibia (fría),

viendo ovejas y lirios de nieve

por el silencio oscuro de tu frente.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals del «Te quiero siempre».


[En Viena bailaré contigo

con un disfraz que tenga

cabeza de río.

¡Mira qué orilla tengo de jacintos!

Dejaré mi boca entre tus piernas,

mi alma en fotografías y azucenas,

y en las ondas oscuras de tu andar

quiero, amor mío, amor mío, dejar

violín y sepulcro, las cintas del vals.]


“Pequeño Vals Vienés”
Poeta en Nueva York, Sección “Huida de Nueva York”

Escuchémoslo en la versión de Ester Formosa y Adolfo Osta quienes omiten dos estrofas (que señalo con corchetes en mi transcripción del poema original) y hacen dos pequeñas variaciones que señalo con un paréntesis con respecto a la letra de Aguilar (1960) y de Grove Press (2008).

Exagero; simplifico, pero no demasiado.

Poeta en Nueva York..., las tres primeras secciones (y más) de Poeta en Nueva York son el libro de la sanación.

Leo Poeta en Nueva York como el libro de la crisis, como el libro de la desilusión, como el libro del destierro, como el libro de la angustia.

Hay talento e imaginación de sobra allí, pero no hay duende.

No hay ironía, no hay magia, no hay calor; no hay juego.

No hay ese cálido duende que, aun en los más dolorosos sonetos del amor oscuro, siempre lo encontraremos, aunque esté oculto en un rincón y agazapado.

Sus amigos (¿ex amigos?) Dalí y Buñuel debían estar contentos: Federico había escrito poemas surrealistas a su gusto.

La estética de Poeta en Nueva York seguramente les satisfacería ya que estaba bien alejada de lo tradicional y de lo folklórico del Romancero gitano (y de los poemas del cante jondo) que ellos en un acto de esnobismo adolescente —si no simple envidia— rechazaron estruendosamente.

Contentos con razón también; su amigo había creado un magnífico libro de poesía... que para un buen número de críticos y estudiosos es su mejor libro...
Vale.

Es algo que también en algún momento dijo el mismo Lorca; pero el asunto es que es habitual que quienes escriben, en el calor de la escritura, consideren que aquello en lo que están trabajando en ese momento sea lo mejor, lo más estimulante; en todos los sentidos de la palabra, lo más excitante.

Pero si es verdad, como afirmé más arriba, que hay un abismo entre la primera parte del libro y su conclusión, y más aun después del vals, allí donde incluye su poema de la llegada a La Habana luego de abandonar Nueva York, para entonces Lorca ya había demostrado de sobra que él podía escribir a lo buñuelesco...

Para entonces, pareciera que Lorca se hubiera dicho: «Basta, ya lo he hecho; ahora, a otra cosa».

Esa otra cosa, me lleva de vuelta a Concha Piquer... a quien, para escándalo de Dalí y de Buñuel, Lorca consideró una auténtica surrealista.¹



Saint Paul, 3 de agosto de 2024

¹La admiración y afinidad que Lorca sentía por Concha Piquer y sus coplas la aprendí en el libro Retrato de una mujer moderna (2022) de Manuel Vicent. En ese mismo libro, Vicent cita a Manuel Vázquez Montalbán quien habría afirmado que Piquer en tres o cuatro versos narra toda la biografía de una mujer.


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