La magia de Arturo Moya Grau
Seguro que para la mayoría de los chilenos y chilenas de hoy, si acaso lo recuerdan del todo, Arturo Moya Grau (1920 1994) fue una personalidad televisiva. Pero para mí, que en los cincuenta crecí en la provincia (en Temuco de la provincia de Cautín) adonde la televisión sólo llegó a fines de los sesenta, Arturo Moya Grau fue fundamentalmente un personaje de la radio.
Para mí no eran telenovelas, sino radionovelas.
Escuchábamos las voces de las actrices y de los actores, la música y los efectos especiales de sonido.
El resto era nuestra imaginación.
Era divertido escuchar esas radionovelas.
Recuerdo a mi familia, mis padres y mi hermana, reunida después de la cena alrededor de la estufa (la nuestra alimentada con aserrín; en otras casas, a leña) esas largas y lluviosas noches del invierno temucano, con las castañas asándose sobre la parrilla de la estufa o con los piñones puestos a hervir en una pequeña olla y las hojas de eucalipto hirviendo en un tarro viejo de Nescafé mientras desde su rincón nos llegaban desde la radio las penas y las alegrías de esos personajes... a la vez tan parecidos y a la vez tan diferentes de nosotros.
Tal era el genio de Moya Grau quien siempre se reservaba para sí un papel especial: aquel estupendo personaje descendiente del gracioso español y del jester inglés. No demasiado inteligente ni astuto, pero aunque un poco ingenuo siempre honesto y siempre el portador de un profundo sentido común (sabiduría popular) y siempre lleno de respeto y amor al prójimo; Juan Pueblo.
Lo realmente maravilloso, sin embargo, ocurría una vez al año. Una vez al año la troupe hacía una gira por provincias y ésa era nuestra oportunidad de ir al teatro y verlos y verlas... en persona.
Aunque en ese tiempo había cinco cines en Temuco, no había mucho teatro; las giras de las compañías santiaguinas incluidas ya en los sesenta a veces el ICTUS eran un acontecimiento extraordinario y esporádico; la llegada de la compañía de Moya Grau se esperaba con meses de anticipación y ansiedad. Estoy seguro que en cada una de las funciones se agotaban las entradas.
Desde mi perspectiva de niño primero y de joven adolescente después, la asistencia a ese teatro era maravillosa. Podíamos ver los diferentes cuadros y escenas; maravillarnos con los decorados... asistir a esa magia que es siempre el teatro; esa fértil dinámica creada entre la audiencia y los artistas; esa inmediatez y cooperación imposible de alcanzar en el cine que sólo permite una recepción pasiva de los acontecimientos en escena.
El ruido de los martillazos preparando la escena siguiente con la cortina corrida no hacía sino aumentar nuestra expectación y posterior alegría y asombro cuando se abría el telón.
Se ha dicho varias veces que Moya Grau era un eximio dramaturgo. Lo que recuerdo ahora de esas funciones, desde la distancia de los años y del espacio, es que Moya Grau tenía además un agudo buen sentido del tempo. En el teatro, en la función, su personaje no hacía su entrada sino hasta después de la segunda o tercera escena; hasta después de un segundo decorado; hasta después que la audiencia hubiera ya entrado en calor. Entonces, Moya Grau aparecía en el escenario, con la voz que ya le conocímos, con la ropa y con los gestos que inmediatamente reconocíamos como los correctos. Era una apoteosis; el público se ponía de pie y lo recibía con una ovación reservada a los grandes maestros; no cabíamos en nuestra alegría.¹
Tal era el genio y la magia de Arturo Moya Grau de quien este 5 de julio se cumplen 30 años de su fallecimiento.
¹ Aunque quizás el más familiar, el radioteatro de Moya Grau no era el único. También estaba el de Nieves López Marín y, para otro público, el teatro de suspenso y de ciencia ficción, La tercera oreja. Todo eso sin dejar de mencionar El Gran Radioteatro de la Historia (así todo con mayúsculas y con la música de Zaratustra del Richard Strauss) basado fundamentalmente en las larguísimas e interminables novelas de Jorge Inostroza (Adiós al Séptimo de Línea, Los Húsares Trágicos) ...junto al vodevil derivado del cuplé madrileño de la Desideria y don Casiano de Radio Tanda (Anita González y Sergio Silva), por un lado, y Residencial La Pichanga con el inolvidable Guillermo Araya, por el otro.
Saint Paul, 24 de mayo de 2024