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Concha Piquer

Concha Piquer
Foto: Public Domain.

De Concha Piquer (1906 – 1990) se ha dicho que era la voz de los vencidos; bueno, y de las vencidas, también.

No es que sus canciones fueran revolucionarias o de protesta; eran canciones algo sentimentales —coplas— para nada dulzonas que cantaban a las penas e infortunios de las mujeres y de los hombres sin demasiada fortuna ni en el dinero ni en el amor. Así, sus canciones se contaban entre las favoritas entre los soldados del lado republicano durante la Guerra Civil.

Después de la guerra, se decía de ella que no era ni franquista ni antifranquista; era simplemente la Piquer... que, sin embargo, prefería pagar una multa antes de rendirse a la censura del régimen y cambiar la letra de las canciones. Ella las cantaría así como fueran escritas, así como le diera la gana.

Concha Piquer sería muchas cosas, una mujer que desde apenas una adolescente tenía una voz maravillosa, con un ritmo y un sonido magnífico; una mujer generosa que sabía pagar sus deudas y que, aunque vuelta rica y poderosa, no olvidaba sus orígenes en un barrio pobre de un pueblo de Valencia.

Por sobre todo, Concha Piquer era una mujer con los ovarios bien puestos; una mujer que no se dejaba sobrellevar.

Hay una larga lista de sus canciones más famosas, de las que fue una intérprete, no compositora original.

La favorita de mi madre era “Yo soy esa”.

Yo soy...esa...

Esa oscura clavelina

Que va de esquina en esquina

Volviendo atrás la cabeza.

Lo mismo me llaman Carmen,

Que Lolilla que Pilar;

Con lo que quieran llamarme

Me tengo que conformar.

Soy la que no tiene nombre,

La que a nadie le interesa,

La perdición de los hombres,

La que miente cuando besa.

Ya...lo sabe... Yo soy... esa...

Mi favorita es “Ojos verdes”.

Una canción de los años treinta compuesta originalmente por Manuel Quiroga con música de Rafael de León y Salvador Valverde, muy probablemente inspirada (entre varias otras cosas) en el “Romance sonánbulo” de García Lorca. La canción narra el encuentro entre una trabajadora sexual —una prostituta— y su cliente.

Apoyá en el quicio de la mancebía,

miraba encenderse la noche de mayo.

Pasaban los hombres y yo sonreía,

hasta que en mi puerta paraste el caballo.

Serrana, me das candela y yo te dije: «gaché,

ven y tómala en mis labios,

que yo fuego te daré».

Dejaste el caballo y lumbre te di

y fueron tus ojos dos luceros verdes

de mayo pa' mí.



Ojos verdes, verdes como la albahaca.

Verdes como el trigo verde

y el verde, verde limón.

Ojos verdes, verdes

con brillo de faca,

que se han clavaíto en mi corazón.

Pa' mí ya no hay soles, luceros ni luna,

solo hay unos ojos que mi vida son.

Ojos verdes, verdes como la albahaca.



Vimos desde el cuarto despertar el día,

y sonar el alba en la Torre la Vela.

Dejaste mi brazo cuando amanecía

y en mi boca un gusto a menta y canela.

«Serrana, para un vesti'o yo te quiero regalar».

Yo te dije: "Estás cumplío,

no me tienes que dar ná".



Subiste al caballo,

te fuiste de mí,

y nunca otra noche

más bella de mayo

he vuelto a vivir.

Aquí te dejo con la versión de 1939 hecha por Concha Piquer.¹
Disfruta.

¹La censura franquista exigía que en lugar de “Apoyá en el quicio de la mancebía,” se cantase “Apoyá en la puerta de mi casa un día”.
Te recuerdo que una mancebía es el barrio de los prostíbulos; pero, claro, según el franquismo en la España de Franco de ésos no había.

Te aliento a que busques por tu cuenta más canciones de Concha Piquer. Hay muchas disponibles en youTube, en iTunes y, muy probablemente, en tu plataforma favorita.

Te aliento además a que explores la novela Retrato de una mujer moderna (2022) de Manuel Vicent; una magnífica biografía novelada de Concha Piquer, disponible en papel y en versión digital.


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