Heisenberg y el turismo
En la película Soy curiosa (amarillo) (1967) del sueco Vilgot Sjöman (con algunos de los fotogramas reproducidos en la novela gráfica Todo bajo el sol de Ana Penyas), Lena (Lena Nyman) entrevista a algunos de sus compatriotas suecos que se preparan para viajar a Islas Canarias de vacaciones y les pregunta cómo se sienten al pensar estar relajados y tendidos al sol en un país gobernado por un dictador, qué piensan de Franco o si no les da vergüenza visitar un país bajo un régimen dictatorial.
Las respuestas que recibe la fastidiosa, simpática y encantadora Lena tal como aparecen en la película y en el libro de Penyas no varían mucho:
«No hablo de política cuando estoy de vacaciones.»
«Voy para relajarme y olvidarme de la política.»
«Prefiero no hablar de [Franco].»
«No me importa.»
«Bueno, sí [me importa], pero prefiero no opinar.»
«Yo voy por el sol y por el mar.»
«Allí te olvidas de todas esas cosas.»
Aunque ciertamente podían de verdad olvidarse de todas esas cosas inconvenientes, también en cierto que todos esos turistas suecos, alemanes, estadounidenses... en las playas de Canarias o de la Costa del Sol o en las calles de Madrid, de Málaga o de Barcelona, con su sola presencia estaban, a pesar de sí mismos, cambiando el paisaje que visitaban.
Franco y mutatis mutandis todos los dictadores como él, se encontraba ante un dilema imposible de resolver: Franco necesitaba a esos turistas por el dinero que traían a España, por el empleo que generaban y para demostrar que su gobierno no era tan malo como lo pintaban...
...al mismo tiempo esos turistas con sus actitudes tan expansivas, con su ropa tan suelta, con la manera con las que las parejas se tomaban de la mano en las calles o se sentaban a menos de un almo de distancia en los bancos del Retiro, con los biquinis minúsculos en las playas...
...contradecían las enseñanzas inculcadas desde el púlpito y la escuela por su socia, la iglesia católica española y por la Sección Femenina de la Falange.
Simplemente dicho, los turistas les mostraban a los españoles y a las españolas que se podía vivir de otra manera.
Así, ese turismo masivo era otra fuerza que socavaba el férreo control cultural del régimen.
Hay otra posible mirada a lo mismo.
Los turistas masivos que llegan a un lugar con el fin de conocerlo salen defraudados, si no estafados. Ante el estímulo de los visitantes, los nativos comienzan a actuar para ellos; se comportan de la manera como creen que los visitantes los imaginan. De ahí la angustia de algunos que se esfuerzan por encontrar lo auténtico... y lo rápido que aparece tal palabra en la oferta.
Los turistas masivos desplazan de la plaza a los lugareños. La Plaza Mayor de Madrid o la Plaza de Santa Ana llena de turistas ocupando sus terrazas no es ya la Plaza Mayor. Tampoco con restaurantes con sus menús en inglés... ni con tiendas de chucherías falsas fabricadas en Taiwán.
Oh, pero sí lo es; desde hace décadas, transformada, claro.