Carmen
Dos poemas de José Agustín Goytisolo.
como Introducción a los de Carmen (Soto Feliú)
Nombre de mar
La mitad de los días se me fue
pensando en tu retorno. Tenías
que volver.
Nosotros en secreto negábamos tu muerte
como se niega a un dios.
En un rincón del alma
la esperanza sonaba con tu nombre de mar.
Por el sendero por el monte acaso
por las esquinas al caer la venda
de la gallina ciega
en algún sitio...
Tenías que volver.
Yo junto al mismo río
te esperaba en el agua.
XV Nombre de mar
El retorno (1956 1986)
Cinco años
Ahora veo el almendro
tembloroso. Las ramas
oreaban el aire
en su entorno. Y allá
la madre; un libro; rotos
pedazos de mi vida
tibias cosas en donde
mi mundo terminaba.
Yo era entonces
muy niño todavía
pero sentí el amor
de lo perecedero.
de lo que pasa y pasa
y se pierde en el tiempo
como pasó aquel día
debajo del almendro.
Cinco años
Claridad (1961 1998)
Así escribía José Agustín Goytisolo recordando a su madre muerta de vuelta de ir al mercado un 17 de marzo de 1938 víctima de una bomba fascista (cayó desde un avión italiano enviado por Benito Mussolini para ayudar a su compinche Francisco Franco) en esa guerra larga que culminó con décadas de dictadura amarga, gris, embustera y mezquina.
Yo los recojo aquí ahora cuando recuerdo como todos los días a mi hermana Carmen, muerta ella al anochecer de un cinco de septiembre atravesada por cruel herida en su vientre dulce y fragante; herida traicionera y taimada que nunca pudo, sin embargo, hacerle mella a su corazón cálido, generoso y valiente.
Enfrentada a muerte cierta, a Carmen no se le ocurrió otra cosa sino escribir un poema de amor a Carolina, su bella amada de sonrisa ancha.
Los dioses enamorados le puso por título a este poema; duendes juguetones de las montañas, de los bosques, de los huertos, de las chacras y de las avenidas;
de los teatros y de los cafés; de las nubes, de las lluvias, de las tormentas.
Los dioses enamorados
...y los dioses enamorados vivenciaban su encanto
veinticinco horas al día;
inventando el tiempo segundo a segundo;
expandidos como aves transparentes en vuelo sideral.
Ellos,
los dioses enamorados,
no tenían nombre porque lo eran todo:
espacios, aromas, formas, silencio, tiempo, compás.
Sus manos recorrían montañas sinuosas de tierra y de pasto;
sus suspiros eran susurros de tormentas.
Secretos ojos cerrados
viéndolo todo bajo las alas de los ángeles.
Danzando melodías inventadas,
pálpito,
sin estaciones,
porque eran viajeros de esfera en esfera enamorados en existencia.
Dialécticos, lúdicos.
Y siendo parte de su viaje se convirtieron en parto y tuvieron un cuerpo.
Por un micro tiempo se llamaron por nombres de humanos pensamientos.
Amor, se llamaron, los dioses eternos.
No fue un sólo poema.
En esos días del invierno temucano del 97, Carmen escribió más de una
docena de poemas formando como legado un ramillete de palabras anticipando su vida futura de hierba, de zorzal y de libélula.
Compartamos dos más.
Yo soy
Ha pasado el tiempo culminante
de mi muerte,
y ahora estoy adormecida,
convalesciente,
en disfrute de los soles y brotes
de los primaverales encantos
del próximo equinoccio.
El invierno implacable
me desnudó otra vez el alma
dejándome como el árbol en espera.
Su regalo:
yo,
mis huesos,
mi piel,
mi sangre
que derramo hacia la tierra en los ciclos de luna.
Sé del lenguaje de las no palabras
y de los ojos secretos escondidos bajo las piedras.
Aquí estoy de nuevo a tu lado
Aquí estoy de nuevo a tu lado
y estaré siempre
como toda la historia acumulada en tu espalda.
Voy a inventar palabras viscerales,
porque las vísceras
son amadas
hasta por los animales;
y frente al espejo
verás sobre tu hombro
una pequeña pelusa de gato.
Te preguntarás si las cosas
marchan correctamente,
si acaso todo estaba aquí ayer,
o si sólo es el reflejo
de la lluvia sobre tus ojos.
Carmen Soto Feliú, 1960 1997
Autorretrato
Saint Paul, septiembre de 2023