La WWW es un gran repositorio, una bodega inmensa, una despensa inagotable.

El campo de batalla de la bibliotecaria y la bibliotecómana.

La bibliotecaria goza con el orden de las entradas.

Tiene una profunda confianza en que lo que busca va a ser encontrado en una sección correspondiente al final, al medio o al principio, de no importa cuál anaquel. La bibliotecaria confía en el orden del universo. Confía en que una vez que averigüe sus coordenadas en el fichero o en el terminal, el objeto estará allí esperándola, sin más demora, sobresaltos ni ansiedades.




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La bibliotecómana, en cambio, sufre lo indecible.

Piensa que aprender las coordenadas es apenas un primer paso. Pero está convencida que es bien probable que sólo encuentre un hueco rodeado de nombres similares y cubierto por una fina capa de polvo o un error message.

La bibliotecómana sabe que lo más probable es que ese artículo, opúsculo, libro, enciclopedia, que cambiará definitivamente la dirección de su búsqueda, no va a estar simplemente ahí.

La bibliotecómana sabe de libros escondidos, olvidados tras las tapas de otros libros, sabe de hojas arrancadas y abandonadas semi ocultas en secciones remotas de la biblioteca, detrás o debajo del volumen vigésimo-octavo de esa enciclopedia nepalesa regalo de un benefactor sirio y ya en desuso, pero que, sin embargo, tiene unos grabados sobre la celebración del centenario de la independencia en el Parque Cousiño que son una maravilla inhallable en ninguna otra parte.

La bibliotecómana sabe de errores de ortografía, de distracciones, de abusos y de irregularidades. Por eso es que no puede resistirse a mirar, a revolver, esos anaqueles en los que la bibliotecaria ya le ha dicho varias veces que ahí no hay nada... pero nada incentiva tanto las incertidumbres de la bibliotecómana como las certezas de la bibliotecaria.

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