Xavier
o Xavier y Monche
Hacía sólo dos meses que Franco por fin se había muerto después de meses de que sus médicos de cabecera intentaran infructuosamente mantenerlo moribundo para siempre, cuando Monche y Xavier Castelló se mudaron a un piso en la esquina de la calle del Calvario con Jesús y María de Lavapiés.
Dieciocho años mayor, Xavier no ocultaba su contentura y casi éxtasis, luego de la noche del 29 de agosto en que con mucho orujo celebraron sus cumpleaños terminando juntos en la cama por primera vez. Se exhibía feliz por todas partes con Monche cuando no estaba contándole uno de los muchos secretos que, ampliados con su desbordada imaginación de divertido cuentacuentos, le contaba sobre las posadas, los bares y los rincones ocultos de las callejuelas del Madrid del Barrio de las Letras que él, aunque había nacido en el Raval de Barcelona, conocía como la palma de su mano desde que, siendo un chaval desmirriado, su madre, una entonces muy joven de veintitrés años, se mudara con él a la ciudad tras el fusilamiento de su pareja a fines del 39.
Francesc Català Roca, Calle Embajadores (1952)
No demasiado lejos del Barrio de las Letras..., el barrio donde creció Xavier Castelló.
No debe ser una pura casualidad que Francesc Català haya incluido en su encuadre el afiche de
publicidad de la película Lola, la Piconera (1952) con Juanita Reina La Reina de la Copla como protagonista con una historia basada en
la de teatro escrita por José María Pemán (1897 1981), el poeta de la Falange y del franquismo.
Copla con una historia sentimental y patriótica eran
dos ingredientes fundamentales de la cultura del franquismo en los primeros años de la década del cincuenta.
He descargado la foto desde la página sobre la exposición de la obra de Francesc Català Roca en el Museo Reina Sofía en
mayo del 2003.
Las calles de ese barrio, ruidoso y con un eterno olor a fritanga pasada, a humo de tabaco malo y a coles recocidas, tal como lo describiría de memoria Luisa Carnés en sus cuentos que escribió en su exilio en México, habían sido la principal escuela de Xavier antes de que marchara a la mili en junio del 53 destinado al Sahara Español donde estuvo achicharrándose al sol por más de dos años. Volvió al barrio al cumplirse su conscripción y desde entonces su vida estuvo por mucho tiempo siempre al filo de la navaja entre el estraperlo, uno que otro timo de poca monta y la comisaría. No sin una cierta paradoja, la muerte de Franco en noviembre y la decisión de mudarse con Monche a ese piso en Lavapiés le había traído a Xavier una buena cantidad de un, para él, muy necesario y bienvenido sosiego.
Para Monche, sin embargo, era duro. Creía amar a Xavier, pero el dolor de sus desgarros era todavía muy vivo, y Xavier y Monche no se llevaban del todo bien. Xavier, quien además de lo ya dicho, era tránsfuga de varios oficios menores diversos de los que prefería no acordarse demasiado y mucho menos mentarlos en voz alta frente a desconocidos, antes de encontrar una genuina vocación y habilidad en la organización comunitaria, sabía, empero, arrullarla con cariño y esmero de amante, de padre, de hermano mayor y hasta de amigo, que todas esas funciones cumplía y Monche, cuando se agotaba de su propia recién adquirida dureza, se dejaba arropar.
Claro está que, y a pesar de haber encontrado Monche en Madrid un nuevo propósito y del nacimiento de Miguel y de Paz tres y cinco años más tarde, ese trato de solitarios pobres diablos no podía durar demasiado.
Viviana Altman escribió una primera versión de estos tres capítulos (Barajas, Monche en Lavapiés y Xavier Castelló) basándose en múltiples cartas que Monche le envió desde España. Como editor, me limité a pequeñas correcciones y adiciones para clarificar y contextualizar narrativamente algunas de las situaciones.
EF
☞ Mientras tanto,
en Caburga,
a 11 mil kilómetros de distancia,
Viviana
pasaba sus noches en vela.
Última modificación: 5 de septiembre de 2024.