Fácil es también, visitando tantas panaderías y confiterías como las que hay en Toledo, imaginar a esas monjas que descubrieron la fórmula del mazapán. También, pensando ahora en Celestina, es bien posible en Toledo comprender la diferencia sutil entre una bruja y una hechicera; la primera esclava y sierva del demonio lo que la hacía candidata condenada de antemano a terminar sus días en la hoguera, mientras la segunda, salvándose por los pelos, podía siempre alegar que ella solo aprendía esas artes encantatorias para, como un médico, beneficio de sus clientes, sin nunca llegar a ser, como la otra, insistió una vez la misma Celestina, una servidora de Satanás... aunque eso, a los ojos de Pármeno, no la hiciera necesariamente más respetable.
Esa tarde, Calisto y Pármeno estarían entretenidos practicando esgrima cerca de las caballerizas o disfrutando un refrigerio arriba en la terraza cuando Sempronio, acompañado de Celestina, golpeó la puerta.
Corre, Pármeno. Abre la puerta, que ya llega Sempronio con su amiga Celestina le ordenó Calisto a su criado.
Señor, yo no me fiaría de esa puta vieja.
¿Por que llamas puta vieja a esa pobre mujer?
¿Crees que para ella eso es un insulto. Si en la calle hay cien mujeres y uno va y grita «¡Puta Vieja!» ella se vuelve enseguida y sonríe con buena cara.
Parece que la conoces bien.
Siendo yo niño, mi madre me puso de criado con ella.
¿Y por qué la dejaste?
No quisiera recordarlo.
¿A qué se dedica?
Ella tiene muchos oficios. Es labrandera; hila y cose para las casas; perfumera, maestra de hacer afeites y de reparar virgos; es una alcahueta y una hechicera. El primer oficio es cobertura de los otros. A su casa llegan muchas sirvientas a solicitarle sus variados servicios. Ninguna va sin torreznos, algo de trigo o de harina o un jarro de vino u otras cosas de más calidad que hurtan de sus casas. Celestina a cambio les da perfumes y unguentos. Tiene un cuarto lleno de alambiques, de rodomas, de barriles de barro y de vidrio. Prepara aguas que huelen a rosas, a azahar, a jazmín, a trébol. Tiene grasas de vacas, de osos, de caballos, de conejos, de ballena, de garza, de gamo y de gato montés; de tejón, de ardilla, de erizo y de nutria. En el techo de su casa tiene colgadas yerbas de manzanilla y de romero, de malvaviscos, de culantrillo, de saúco, de mostaza, de espliego, de laurel. Esto de los virgos, unos los hace de vejiga y a otros los cura con hilo de seda. Lo hace tan bien que a un embajador francés que vino por aquí le vendió tres veces la misma criada. Y las tres la hizo pasar por virgen.
Ojalá se la hubiera vendido cien veces.
Sí, santo Dios. Y todo, señor, de burla y de mentira.
Bien, Pármeno, déjalo. Ya me has aconsejado lo suficiente; te lo agradezco. Pero ya no denigres más a Celestina que con la intervención de Sempronio nos ayudará. Y no le envidies el regalo que le he hecho... que habrá otros para ti. No pienses que tengo en menos tu consejo. Guárdame un secreto: si haces lo que te pido, te preferiré a ti... y te trataré más como a un amigo que como a un criado.
No necesitas decirlo, señor. ¿Cuándo has visto que te haya yo sido infiel o un mal servidor?
Pobre Pármeno. Seguramente escuchaba a Calisto queriendo creerle, como esos niños de orfanatorio que saben que han sido recogidos por caridad que no por obligación, esos infelices que siempre temen ser devueltos a la calle según los caprichos o, acaso, el amor, siempre condicional, de sus amos que actuando como padres putativos siempre pueden rescindir sus contratos.
Golpearon a la puerta de nuevo.
Llaman a la puerta, vete a abrir, Pármeno.
¿Quién es? preguntó Pármeno.
Soy yo; y vengo con persona de respeto contestó Sempronio que venía efectivamente con alguien, quien, ya lo sabemos, era Celestina. Pármeno, abrió entonces la puerta y, al ver a la persona de respeto que había mencionado Sempronio, no pudo menos que reírse.
Es Sempronio con una puta vieja.
Pármeno se equivocaba. A Celestina no le hizo ninguna gracia que Pármeno la llamara «puta vieja». Sin ocultar su disgusto en cuanto el mozo corrió a la habitación de Calisto, Celestina le preguntó a Sempronio:
¿Quién es este?
Mi compañero Pármeno. Tenemos que cuidarnos de él; desconfia de ti y corremos el peligro que advierta a Calisto.
Tú déjamelo por mi cuenta, que yo lo haré uno de los nuestros; le daremos una parte de lo que consigamos y ya me las arreglaré para averiguar qué más de lo que atiza sus ganas y deseos le puedo yo conseguir. Verás cómo a este Pármeno lo traigo manso a comer de mi mano. Seremos los tres contra Calisto.
¡Oh! ¡Cuán desmesurado es el poder y el embrujo del oro y cuánto nubla la pasión al entendimiento! Calisto, enajenado por la fiebre de su deseo insatisfecho, en cuanto estuvo frente a él a la alcahueta Celestina, no vio a la falsa puta vieja de la que le advertía Pármeno, sino a la llave del camino para conseguir los favores de Melibea, como, con tanta astucia, se la describía Sempronio.
Sacó un puñado grande de monedas de oro de una gaveta de su estante y, aunque pequeñas, eran tantas más de las que Sempronio y Celestina habían anticipado que ya antes de recibirlas ella en sus manos, sus corazones latieron a toda prisa, y la astuta y experimentada alcahueta debió hacer un gran esfuerzo para disimular su contento y evitar que el corazón se le saliera por la boca.
Te las ofrezco junto a mi propia vida si, como Sempronio me ha dicho que está en tu arte poder hacerlo, traes salud y a Melibea a mi triste vida.
Celestina no habrá sido muy leída ni aficionada a leer cada noche a los clásicos, pero su oficio le había enseñado a contestar con gracia a los poderosos usando las palabras y frases que los más necios entre ellos encontraban halagadoras, citando hasta a Aristóteles si eso cabía.
Así como el trabajo del orfebre acrecienta el valor del oro, así tu elegancia y grandeza hacen más preciosa tu dádiva.
Ve, ahora ve. Ve y vuelve pronto que ya anticipo el resultado de tus quehaceres.
Quédate tranquilo, que el pronto pago, asegura pronto servicio.
Ve, ve.
Que Dios te guarde.