LOS SASTRES son una especie
que se extingue a la sombra
de las grandes tiendas de
departamentos y la de los
baratillos que se multiplican
sobre las veredas de los
paseos urbanos.
El sastre era un señor de
mediana edad, más bien
cincuentón, de pelo entrecano,
mirada adusta de profesor
de castellano; traje gris.
Llevaba siempre una huincha
de medir al cuello y un par
de alfileres entre los labios
(tal vez por eso hablaba
poco).
Hacía los ademanes justos,
no adulaba en exceso,
expresaba su disconformidad
levantando apenas la ceja
izquierda e inclinando la
cabeza hacia el lado
contrario.
Ceremonioso, se despedía
gentil.
La primera sospecha de
caos y desorden, sin
embargo, provenía del
impenitente polvillo de
tiza que impregnaba sus
dedos.
Tal intuición se confirmaba
apenas la mirada recorría
el horizonte del mesón e
inventariaba los cajones,
siempre abiertos.
De caer en la tentación
de mirar fijamente su
contenido, un observador
desaprensivo se precipitaría
al interior de un"maelstrom"
en tierra firme.
En un cajón de sastre había
de todo...
Mucho más de lo que
ameritaba su oficio.
Ciertos investigadores de
tal fenómeno (justificadamente señalados como
"paranoides", a mi juicio),
han insistido en que tal
cajón no sería otra cosa
que un artilugio o
dispositivo, provisto por
el sastre en cuestión,
a fin de obtener de
parte del incauto
cliente, sumido en una
suerte de estado hipnoide,
una aceptación sumisa de
plazos de entrega, precios
a pagar, largos de tiro,
anchos de espalda y caídas
que, en otras condiciones,
habrían resultado
inaceptables.
Me resisto a tal
conclusión.
De hecho, y ya lo hemos
observado, los sastres
están desapareciendo.
Sólo quedan sus cajones.
Y, a ver: ¿quién no tiene
un cajón de sastre en su
vida?
Aah! He ahí la
cuestión, Watson!!
En lo que a mí respecta,
debo decir que he dedicado
una buena parte de mi
existencia a observar la
ocurrencia de tal situación.
Mi conclusión es que
la presencia del cajón de
sastre es universal.
Vale decir, que todos,
TODOS, tenemos un cajón
de sastre a nuestro haber,
en alguna parte.
Ojo.
Algunos han confundido la
acepción "cajón
de sastre" con "inconsciente",
en un sentido freudiano.
No, no, no, no, no.
Sí, claro, en algún
sentido, el inconsciente
freudiano es un cajón
de sastre.
Pero no todo cajón de
sastre es inconsciente; ni
menos freudiano, por
supuesto.
He revisado numerosas
definiciones, resultándome
particularmente interesante
aquella de "persona que
tiene en su imaginación
muchas especies confusas ".
Especies confusas.
Eso es.
Y muchas...